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La inexistente clase media

Apoyaron su proyecto político, ayudaron a diseminar sus ideas y la ola de la transformación, y ahora la clase media está fuera de los planes y hasta el discurso de la 4T. (Texto base del podcast del 03.06.2020) Y acá seguimos, agazapados tras la pantalla del móvil, fugándonos de eso que no sabemos aún de qué se tratará. Lo que ya sabemos, es que el monstruo se apellida Crisis, pero no sabemos si se llamará Interminable, Crudísima, Esperada, Pasajera, Inventada, Desastrosa, pues sólo nos hablan de porcentajes, de trimestres, de índices, y niveles de desempleo, “Uy, pobre gente que vive al día”, piensas, hasta que te llega el mail del cliente, la llamada del área de “capital humano” de tu trabajo, el whats de tu amigo de toda la vida, y las malas noticias empiezan a llenar el display de imágenes que todos los días enciende tu mente, ese en dónde hasta hace poco solías poner “si quieres, puedes” o “nunca un día fue tan blanco para que lo pintes del color que quieras”. De pronto desde afuera se está pintando de gris, de un color nube de lluvia, y estás esperando que surja el rayo y lo ilumine todo. Esa era la luz al final de este túnel. El trueno irrumpe y lo confirma: recibamos a la Nueva Normalidad, o la nueva y bonita forma de decir “Esto es lo que hay o lo que quedó”.


Hace unos días, el INEGI reportó la peor caída del Índice de Confianza del Consumidor en los casi 20 años que se hace este estudio en México. Una encuesta que mide la percepción de la ciudadanía con respecto a temas de su economía personal, proyectados al futuro más próximo. En síntesis: las y los consumidores mexicanos estamos más pesimistas que nunca, Y no, no son datos ni cuchareados, ni hay curvas por aplanar, ni semáforos. Hay un Estado Nacional de Ánimo maltrecho, o quizás un panorama de datos amenazadores. Al final, dicen que los pesimistas eran optimistas, hasta que los informaron bien.


Ángel y lluvia by @hllerena

Y afuera, la cosa no suena tan optimista, aunque en Palacio Nacional, por las mañanas haya tranquilidad, parsimonia, sonrisas y comentarios hirientes e irónicos contra los “adversarios”. Así como habrá una nueva normalidad, ¿estará por estrenarse una nueva narrativa presidencial? O cómo hacerle con ese indicador del Pesimismo Interno Bruto, que además va a empezar a tener evidencias en las historias personales. Pinta muy complicada contar una historia de un día soleado, mientras el narrador se guarece de un huracán, bajo un techo con goteras. La pandemia se convertirá en el nuevo monstruo negro de la historia. Alternará con el neoliberalismo y sus representantes. El matiz será que la pandemia ha sido una circunstancia, y el neoliberalismo una perversión. ¿Será que la noble retrospectiva aún da para estirar ese relato? Tampoco es imposible, pues la esperanza, con un abono de transferencias directas y algunas frases justicieras cotidianas, podrían mantener viva la llama. No incendiada, pero si encendida.


Vendrán entonces los animosos llamados nacionalistas, recordando nuestro poder para remontar retos como el que viene o peores, (¿cómo cuales? ¿cómo cuándo?), para convencernos de que hay que tener ánimo, que todo saldrá bien, que juntos los lograremos. Juntos, ¿quiénes?, ¿cómo?… más que ánimo, la oquedad de esa buena onda causa más incertidumbre. ¿Juntos, quienes? ¿Juntos, los que se manifiestan en coches, molestos y agraviados, haciendo equipo con quienes los llaman fifís y “golpistas”? ¿Juntos el gobierno y las empresas en plena ruptura y descalificaciones mutuas? ¿Juntos los estados del norte, que se dicen agraviados por que no les toca proporcionalmente la parte de lo que aportan, y los estados del sur, agraviados porque no se les apoya lo suficiente para el nivel de precariedad en que viven? ¿Juntos, los hombres que se dan valor con el discurso oficial implícito que descalifica vulnerabilidades de género, con las mujeres transgredidas? No, no creo que todo esté perdido, sólo que el llamado a la unión está rodeado de un mensaje más poderoso que nos divide. Es lo que hay. Ojalá la P del nuevo PIB, sea de Poder.

El optimismo mexicano, tan de nuestro adn cultural, está a la baja. Ese que a finales de 2018 nos ponía en uno de los 3 primeros lugares a nivel mundial. Según la Encuesta “Optimismo en el Mundo”, realizada por la consultora Gallup, México se convirtió en el tercer país más optimista del orbe, con respecto las expectativas de bienestar para 2019.

El caso de nuestro país fue muy interesante para la consultora, pues en ediciones pasadas México se destacó como una de las naciones más pesimistas de América Latina, dando el gran salto hacia la esperanza, luego de las elecciones de julio de 2018.


Según expertos, nuestro optimismo está basado en el disfrute del “aquí y ahora”. Somos el país de la OCDE con el ahorro personal más bajo, con el menor número y monto por pólizas de seguro, con los menores hábitos de previsión, con los mayores índices de diabetes, y obesidad infantil…pero con las fiestas más largas (sólo equiparados con la India), hechas a costa de lo que sea. Veneramos a la muerte con sorna (“al fin que mi no me va a pasar”), y tenemos una sonrisa, de las más cálidas en el mundo, para con nuestros visitantes, invitados o vecinos de mesa. Nuestra alegría puede ser mayor que nosotros mismos.


La disonancia que la 4T tiene con la clase media, es ideológica. Confronta su idea de igualdad y uniformidad equilibrantes, contra las nociones de competencia e individualidad, la justicia contra el mérito, las acciones afirmativas versus el rendimiento y la conveniencia, y otras falsas disyuntivas, salidas de manuales con poca evidencia.

En nuestro culto al aquí y ahora, planeamos poquísimo: desde los gobernantes, sus programas, hasta los estudiantes, sus exámenes. Todo a la mera hora, o si se puede, para mañana. Los plazos fatales siempre serán postergados. Lo hemos disfrutado, pero también nos ha costado. Este inconsciente zen pachanguero, desfachatado, ebrio de hoy y escaso de mañana, quizás es de las pocas cosas que nos unen.


Alguien (un youtuber, un cantante, el mismo Guillermo del Toro) habría de recordarnos este nuestro superpoder, que además de evitarnos “sufrir”, nos hace aguantar. Porque no enfrentamos. Le damos la vuelta a las cosas, todo está bien con tal de que no estemos mal, y sonreímos en son de paz. Presentamos quejas sobre lo público, sólo si el último recurso , no pedimos cuentas a quienes nos gobiernan, y menos exigimos que los castiguen tan fácilmente. Mejor ni meterse en esos bretes, decimos. La corrupción no es una falta tan grave, no hemos hecho una revolución después de las miles de fosas clandestinas descubiertas a lado de nuestras casas, ni después de los desaparecidos, ni por que 43 estudiantes se esfumaron a la vista de todo mundo, ni por todas las casas inexplicables en Miami, ni por los niños con cáncer sin medicinas…ni por todo lo que se te está viniendo a la cabeza en este instante, estimado, estimada escucha. Aguantar es el verbo nacional mexicano, dice Clotaire Rapaille.

Por eso -entre otras cosas- el optimismo de finales de 2018: para millones, por fin alguien se encargaría de ir de frente contra lo que ha frustrado su futuro, contra los responsables de sus resentimientos actuales y los almacenados quizás por generaciones, de los agravios reales o imaginarios, pero sentidos al fin. Por fin alguien (una sola persona, que bien, qué mejor), les iba a hacer justicia. Y sin duda para quienes han estado con él, Andrés Manuel les ha ido cumpliendo. Las encuestas ahí están. Si a usted no le ha “cumplido”, es que quizás no pertenece a los acreedores emocionales más urgentes. Y cuidadito y se sube en su coche y nos mienta la madre a claxonazos. Seguramente a usted y a los suyos ya les tocó su cacho de prosperidad durante los últimos 30 neoliberales años. Por favor hágase a un lado y deje pasar a los de atrás…o más bien, a los de abajo.


La clase media asumió su papel como agente de cambio como fuerza electoral y salió solidariamente a apoyar una causa que, principalmente, iba dirigida a un grupo que no era el suyo, y fue un importante factor de para construir el 53% de la votación que decidió el triunfo en ese julio que apenas empezaba.

Hoy sabemos que la clase media mexicana si tiene una delgada, pero movilizante noción de conciencia social, porque en su mayoría votó en 2018 por Andrés Manuel, sobre todo, porque iba a apoyar a las personas en pobreza y acabar con la corrupción. La clase media asumió su papel como agente de cambio como fuerza electoral y salió solidariamente a apoyar una causa que, principalmente, iba dirigida a un grupo que no era el suyo, y fue un importante factor de para construir el 53% de la votación que decidió el triunfo en ese julio que apenas empezaba.

La disonancia que la 4T tiene con la clase media, es ideológica. Confronta su idea de igualdad y uniformidad equilibrantes, contra las nociones de competencia e individualidad, la justicia contra el mérito, las acciones afirmativas versus el rendimiento y la conveniencia, y otras falsas disyuntivas, salidas de manuales con poca evidencia. Hay poca voluntad de adaptar ideales a una realidad evidente, porque podrán llamarnos fifís, golpistas, chayoteros, nostálgicos de los privilegios y toda la lista de descalificativos simplistas, pero la clase media aquí está y representamos más del 38% de la población nacional. Por que ¿a poco creen que solo es un tema de ingreso? Se trata de un modelo de vida, de una aspiración y sueños, y hay millones que, aunque el INEGI los ubique en los niveles de abajo, trabajan y viven para ser o sentirse ¨más arriba”, y eso no está penado (aún). Hoy la clase media está fuera, no solo del foco presupuestal, sino también de su discurso. La 4T se volvió radical y excluyente.

La narrativa del presidente tendrá un giro conforme la realidad empiece a no ser halagadora. Su opción será, o encerrarse en sus huestes y su agenda emocional, para terminar de radicalizarse, y subir el puente del castillo preparando una batalla, o ver que, aunque la ignore, la clase media sigue habitando y construyendo lo que le toca del futuro, como lo ha hecho desde antes de julio del 18. ¿O es que tiene la esperanza de que Elon Musk nos suba en su próxima misión y nos mude a otro planeta? Es pregunta.


 

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