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Dialogar con el enemigo

Nuestra mente no está diseñada para aceptar lo que previamente no creemos. Desarrollar nuestra capacidad de escuchar a nuestros “enemigos” ideológicos, podría llevarnos a poder dialogar y acordar. (Texto base del podcast del 21.05.2020 ) Por motivos muy bien fundados, hemos idealizado que lo mejor para solucionar las desavenencias es un diálogo civilizado, racional, equilibrante. Sin embargo, esta escena parece estar muy lejana en el horizonte de nuestros temas políticos domésticos.

Qué tan pronto podríamos ver un video en el que el diputado Gerardo Fernández Noroña y el Presidente de Coparmex, Gustavo de Hoyos, salieran en pleno choque de palmas, ambos con una sonrisa satisfactoria y un gesto de “cómo no nos habíamos sentado a platicar antes!”, y después, en una conferencia de prensa, Fernández Noroña hablando de lo urgente que es que el gobierno apoye a las empresas para que crezcan y generen riqueza, lo que resultaría en beneficios para sus empleados, proveedores, clientes…y el fisco; y de Hoyos, hablará sobre las medidas inmediatas que habría de tomar el gobierno en materia de fiscalización hacia las empresas, para cerciorarse de que toda la iniciativa privada esté cumpliendo cabalmente con sus obligaciones con Hacienda, y por otro lado, para asegurarse de que le proveen bienestar y seguridad social a todos sus empleados, como base para poder negociar con los sindicatos un acuerdo para elevar la productividad.


El sesgo de confirmación nos hace propensos al tribalismo, y a creer cualquier cosa que nos haga a nosotros buenos y a los otros malos

Suena muy lejano, lo sé, y es que romper los paradigmas de la mente humana no es fácil. Nuestro cerebro se alimenta frugalmente de las imágenes y conceptos que lo hacen sentir bien: lo conocido, lo aceptado, y como un niño consentido, rechaza lo desconocido y se podría decir que le da asco lo que lo cuestiona o contradice. A esto los expertos le llaman el sesgo de confirmación. Así pues, procuramos surtirnos de información autoconfirmante, autoregocijante, autocomplaciente, y por más evidencias que haya en contra de eso, habrá mil argumentos en nuestra cabeza para descalificarlos.


Ellas by @hllerena

“Habría que ver entre quienes se hizo esa encuesta! A mi nunca me han hecho una, ni conozco a nadie que se la hayan hecho”, decimos en automático, si los resultados confrontan nuestras creencias, ¡o “Claro! Todo mundo que conozco dice lo mismo, no se puede ocultar”, si la información las confirma. “Ah! ¡la hizo Consulta mentirofsky!”, “Salió en el diario oficial, o sea la Jornada”, “lo dijo el chayotero de López Dóriga” “Qué querías que dijeran, ya no saben cómo justificar a su líder” o “Qué querías que dijeran…si ya perdieron sus privilegios. ¡Golpistas!”, y acudimos a nuestra bodega de creencias, imágenes y posturas previas. En redes nos hemos vuelto esclavos de nuestros dichos, porque si osamos dudar de la condena o el aplauso, sentimos que podríamos ser excluidos, etiquetados, castigados. Otras, otros, que aunque sean críticos, tampoco son radicales, se autocondenan al silencio o al mero like. El pensamiento crítico no juega, o más bien: es menos sexy analizar, que lanzar una porra, una diatriba o un insulto.


El sesgo de confirmación nos hace propensos al tribalismo, y a creer cualquier cosa que nos haga a nosotros buenos y a los otros malos. Hay experimentos que muestran que cuando la gente conversa solamente con los que piensan igual, sus opiniones se vuelven más extremas y homogéneas. No NOS permitimos revisar los argumentos en contra, incluso para fortalecer los nuestros, para la invulnerabilidad de nuestro debate. Para qué, si es más fácil descalificar con genéricos. “Chairo, fifí, ahora callan como momias, ahí andan de maromeros, eso no lo decían antes, si el Mesías lo dice, apoyas lo que sea, pinches borregos con primaria trunca, pinches chayoteros muertos de hambre”… Quien esté libre de sesgos, que tire el primer debate.

El adversario no debe avanzar ni un milímetro en nuestra cabeza. Es el enemigo, en realidad. Nadie valida ninguna idea del otro. Entonces el debate es un idealismo griego y entonces, ¿cómo dialogamos cuando el problema no es la evidencia, sino una discrepancia ideológica, un estereotipo emocional? Cuando los “debatientes” no buscan la verdad, sino tener la razón.

Y hay que decirlo: esto se origina desde la narrativa pública de los últimos años, en que los afectos a la izquierda perredista y después morenista, eran tachados de jodidos, de incultos, de muertos de hambre por sus contrincantes de derecha y de centro, y éstos de elitistas, de corruptos. Hoy la poderosa narrativa de AMLO condensó esa categoría en “fifís”, y por antonimia surgieron los “chairos”, ambas con connotaciones peyorativas, etiquetantes. Ahí ya no hay adversarios de ideas, hay combatientes ideológicos y hasta clasistas salpicados de racismo. Desde ahí se arman los bandos y las batallas, el torneo del todo por el todo: “los progres contra los conservadores, los ricos contra el pueblo, los neoporfiristas contra los juaristas, los neoliberales vs los transformadores” etc etc etc. Benditas redes y maldita mente hedonista, autocomplaciente.

“El daño del tribalismo- dice Guadalupe Nogués- no es sólo que genera un clima de conflicto permanente, sino también que genera silencios. Algunos nos retiramos del debate, pero no porque no tengamos opiniones o no nos importe lo que pasa. No somos tibios. Por el clima de agresión, porque las cosas no avanzan, por miedo, por hartazgo, por la penalización social del disenso, por uno o varios de estos motivos, abandonamos la conversación en silencio. Es un silencio ruidoso”, y el debate se queda sólo entre cruzados, entre combatientes que no conocen los puntos medios, el a veces tener que ceder para ganar, o el ganar perdiendo.


“...para entender cualquier grupo tienes que entender qué es sagrado para ellos…porque en cuanto conviertes una cosa en algo sagrado estás dispuesto a pisotear o descartar otros valores”

Dialogar entre contrarios puede tener su arte. La primera habilidad por desarrollar es desconectar la víscera de la razón y saber escuchar lo que se siente. Ya…no es fácil, pero inténtalo. Asumir que el otro tiene algún motivo para decir lo que dice, pero, sobre todo, para hacerlo de la manera en que lo dice. Los motivos son emocionales. ¿Qué emoción le activa vociferar, incendiar, agredir? ¿De dónde proviene? Antes que escarbar en sus razones (¡puede que no hayan o no apliquen! y eso puede invalidar su punto, pero no su derecho y efecto de alzar la voz), antes de eso, sería muy útil conocer las emociones que desencadenan su manera de posicionarse. Así, podríamos validarlas, desactivar su efecto de combustión y quizás ya poder entrar al terreno de las ideas. Antes, seguramente será imposible. No olvidemos: emoción es lo que nos mueve…no lo que nos convence.

Dice Jonathan Haidt, uno de los psicólogos que más han estudiado el sesgo confirmatorio en temas sociales, que “para entender cualquier grupo tienes que entender qué es sagrado para ellos…porque en cuanto conviertes una cosa en algo sagrado estás dispuesto a pisotear o descartar otros valores”, y si se contradice esto de entrada, la guerra, y la cerrazón estéril comienza.

Dialogar empieza por saber oir y saber preguntar. Empezar por “cómo puede decir eso si tal-cosa”…., o “cómo puede pensar que eso está bien, qué no ve como está…tal-ejemplo), quizás solo hará que su cerebro se inunde de neurotransmisores placenteros (aunque se indigne), pero no irá más allá. De las preguntas vendrán respuestas, y de las respuestas, debate. El debate es fértil para las ideas, y de un catálogo basto de ideas pueden surgir soluciones consensuadas. Habría que intentarlo. Señoras y señores “fifís”: si hay motivos para que mucha gente esté indignada con una de las narrativas más poderosas de este país, que es la del abuso, la corrupción y de los privilegios. Señoras y señores chairos: No todos los empresarios, ni todos los burócratas, ni la clase media han sido vividores de la realidad nacional, ni cómplices de los villanos. Todos nos necesitamos hoy…si, más que nunca (aunque suene a lugar común).

Señor presidente: no sea ya el que arroja gasolina al incendio…o el que lo prende todas las mañanas. Necesitamos más diálogo, menos adjetivos y más ideas, más compasión y menos percepción.

Cito de nuevo a la doctora Nogués:

“En algún punto, en algún lugar, inventamos la idea de sentarnos junto al fuego a conversar. Y en un punto, las conversaciones y el fuego se parecen. Los dos están siempre entre dos peligros. El de extinguirse y el de crecer de modo descontrolado. Nos llevó tiempo, pero aprendimos a usar el fuego. Aprendimos a mantenerlo vivo para que no se apague. Y a manejarlo para que no nos destruya. Quizá llegó la hora de aprender a hacer lo mismo con las conversaciones”.


 

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